Datos personales

Mi foto
Soy una persona inquieta, que ama la vida en toda su extensión de la palabra y disfruta escribiendo lo que percibe de ella, saboreando cada palmo de lo vivido. soy terapeuta holistico.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Una visita inesperada

PRIMERA PARTE

(Por Celia rivera Gutierrez)

A medio de la noche llego un viajero vestido de un negro impecable, traía un sombrero que hacia sombra sobre su rostro para evitar que alguien se fijase en él y le reconociera. Bajo su manto se perfilaba un bulto que hacia ver a todas luces que portaba un objeto largo y un tanto curvo, que no quería fuese visto.

Llego a orillas de un río, donde se encontraban muchas personas acampando, se acerco a un grupo de personas que se encontraban junto a una fogata, busco una gran piedra y se sentó. Los destellos del fuego le daban un misterioso misticismo especial, haciendo resaltar su figura un tanto extraña. Los reunidos ahí le ofrecieron algo de beber para que se repusiera del posible viaje realizado. Tomo en sus manos lo que le ofrecían y tomo un sorbo. Hizo una mueca de agradecimiento y lo regreso.

Uno de los reunidos que parecía el organizador y responsable de dicha reunión, le preguntó viendo directo a su figura misteriosa.
-Señor ¿ha sido largo su camino? Si desea puede quedarse en nuestra compañía esta jornada-
El hombre misterioso asintió con su cabeza con un gesto de agradecimiento.
De pronto les pregunta con una voz un tanto cavernosa.
-Señores… ¿han visto al barquero? Necesito de sus servicios…
Todos se miraron unos a otros, preguntándose quien era ese personaje. ¿Sería el que ellos estaban pensando? Poco apoco se fue apodéranos un escalofrío en sus cuerpos, era como si de pronto el viento se hiciera gélido… sepulcralmente gélido…

Ellos sabían de la leyenda de dicho río. Sabían que se decía, que ahí se encontraba Caronte y que la muerte solía visitarle de vez en vez cuando algo se le dificultaba.

El barquero era el encargado de transportar el alma de quien había muerto a través de la laguna Estigia o el río Aqueronte hasta el reino del inframundo gobernado por el Hades.
Y este personaje solía rechazar a los pasajeros que no pagaban su traslado, así que cuando la muerte se quería ahorrar las pesquisas para llevarse a alguien, y ese alguien era escurridizo primero preguntaba a Caronte si su anfitrión próximo tenía pasaje
comprado. Pues le era muy molesto llegar a llevarse a alguien que no podía irse y su trabajo se iba abajo, ya que sus órdenes era que sin pasaje no se llevara a nadie.

Los reunidos se preguntaban, quien sería el próximo… en caso de ser quien pensaban que era…. Tenían miedo de dormir y no despertar trataron de ver entre las sombras si alguna figura se perfilaba allá en río… les pareció ver entre la bruma de la noche unas líneas que dibujaban una barca… ¿Sería tanto su miedo que veían lo que no deseaban ver?


SEGUNDA PARTE
(Por mi amigo el gatito Neverknowsbest del blog: yikusitian.blogspot.com; Un chico talentoso y gran escritor que me hace el honor de seguir mi historia)



El responsable de la reunión se dirigió al forastero:

– No has de fiarte de lo que traen las oscuras aguas. Este río cenagoso no trae nada bueno. Dicen que durante las noches, la única forma de cruzar el río es pagando al barquero, pero nadie ha vuelto jamás de un viaje con él. No te fíes, forastero, no te fíes.

El forastero se limitó a asentir y a agachar la cabeza y a esconder una amplia sonrisa detrás de su sombrero. Luego se dirigió a los allí reunidos, hablando por primera vez:

– ¿Por qué no duermen, amigos?

Los reunidos se miraron los unos a los otros. El jefe dijo:

– Bueno, llevamos toda la noche intentando dormir al calor de esta fogata, a la orilla de este río. Cada vez que conseguimos conciliar el sueño, un grito nos despierta a todos y nos quedamos así, despiertos, vigilando hasta que el sueño nos vuelve a ganar la partida… pero siempre volvemos a despertarnos. Está siendo una noche muy larga.

El forastero, sin poder controlar su sonrisa detrás del sombrero, entornó los ojos que, por un momento, parecían centellear dentro de la oscuridad de su cara:

– Ya veo –dijo. Se levantó para acercarse a la orilla donde la niebla comenzaba a espesar. De repente, del otro lado de la niebla, una mancha tomó forma y se pudo distinguir al temido barquero que se acercaba al lugar donde el forastero le esperaba.

– ¡No vayas, forastero! ¡Ese hombre es peligroso! ¡Quédate con nosotros! –le decían, pero el forastero ya extendía su mano al barquero, y el fulgor de dos monedas cayeron entre sus huesudas manos. El forastero subió a la barcaza y, sin mediar palabra, el barquero comenzó a remar hacia el otro lado de la orilla.

Los reunidos en la orilla, continuaron acurrucados alrededor del fuego, con cara de espanto y preocupación por el forastero al que el barquero había condenado al sufrimiento.

Y fue que, ya en la barca, el forastero se quitó el sombrero y descubrió su semblante. Era un viejo loco, con cara de pobre más que de otra cosa, con una mirada sincera, y una sonrisa de sensatez, de realidad. El forastero dijo al barquero:

– Pobres alfeñiques. ¿Desde cuándo llevarán despertándose sobresaltados en la noche, creyendo que siguen vivos? ¿Desde cuándo llevarán esperando en la orilla sin saber a qué, sin saber por qué? Sin saber que están tan muertos como yo, sin querer aceptar que lo están y que han sido condenados a dormir entre pesadillas y a despertarse entre graznidos de cuervos. Sin poder pagarle al barquero porque en sus miserables vidas fueron tan miserables que ni unas miserables monedas pudieron exprimir de valor por su bondad. Pobres miserables condenados al verdadero infierno.

El barquero seguía en silencio, remando con su cadencia moderada. El viejo sentenció:

– Sigue a tu ritmo, Caronte, que esta noche Perséfone ha de darme juicio y habré de cumplir su decreto para poder vivir en paz…

Para Toda La Eternidad.

visitantes