Un león que tiene apetito voraz de carne para su alimento se encuentra una suave gacela con sus rasgos tersos y ojos soñadores que denota tanta suavidad. A tal grado que el león queda desarmado de su hambre y su necesidad y termina poniendo su hambre al final, para admirar la belleza de la gacela que camina por los pastizales oliendo la vida sin sentir temor por el voraz felino. Y decide comerla con sus ojos y su corazón para conservarla viva y sentir su presencia siempre con la brisa matinal.
No podrá comerla sin sentir que destruye algo muy hermoso y entonces conquista su corazón para tenerle cerca sin temor.
La gacela siente el aliento del alma del felino, que se incrusta en su interior y queda un lazo uniendo sus esencias. Levanta su ágil cuello, olfatea, mira a su alrededor, siente el aroma del felino, siente su cercanía, siente su admiración y se siente segura a pesar de ser distintos en el sentir de la vida. Sabe que el felino ha recogido sus garras y solo le brindará la mirada de su corazón.
Que si se acerca, será suave como la seda de su pelo, que sus ojos verán con ternura, que sus garras estarán guardadas para no lastimar, que frotará su nariz con ternura en su piel y la hará sentir la vida sin temor a esa amistad.
Se escucha decir al león –Déjame hacerte mía sin tener de ti que alimentarme-. Y la gacela siente el alma misma del león con un lazo cada vez más terso y suave que pareciera de seda pura. Tan suave que se hace elástica, elástica y se puede mover sin sentirse atado a nadie.
Querido lector dejo esta pequeña historia de un león y una gacela a ver que les parece.
Gracias por leerme.
Celia Rivera Gutiérrez
Cd. Obregón Sonora, México
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Hace 12 años